domingo, 14 de marzo de 2010

El instinto y las calabazas



Después de un comienzo dubitativo la Unión marcó a los diez minutos el gol que le presuponía la victoria, el tanto de la tranquilidad tempranera y por ello necesaria. Fue un remate fácil, con la diestra, su pierna buena, tras un rechace del portero, hasta se podría decir que ese balón perdido preguntó por Diego Cervero como un turista despistado pregunta por la Laurel. Fue un gol de instinto, de colocación, de imán en los pies. Cualquier 9, cualquier gran ariete, ha metido centenas así, empujando la bola, intuyéndola, mimándola. Este tanto, si no hermoso, define inopinadamente el oficio del delantero. El apetito insaciable.

Diego lo festejó sin gran teatralidad, lo que se agradece por respeto a un amable rival con urgencias clasificatorias y desamores con la suerte. Simplemente señaló al compañero que le dinamitó la jugada, a modo de reparto de méritos. Esta vez no escanció sidra, ni lo regaló a la grada, pero si le sirvió para revindicarse de los que dudan. Por cierto, cada vez será más difícil hacerlo en público. Quienes quieran criticarle tendrán que hacerlo en círculos clandestinos, como los cristianos en las catacumbas. Sus cifras no engañan a nadie. Los números mandan. Qué se lo digan a ZP.

Cervero (que ya le metió tres al Gavá en Las Gaunas) no es sólo su grandioso pasado por Oviedo, dónde dejo cientos de seguidores, es presente. Es gol. Se puede decir que no participa mucho en el juego del Logroñés, que sus movimientos carecen de agilidad, de rabiosa electricidad. Pero en este equipo, ahora mismo, no hay delantero que prometa siquiera lo que él ofrece. Creer lo contrario, confiar en Osado por ejemplo, sigue siendo un ejercicio de buena voluntad por no hacer fáciles metáforas con su propio nombre.

Si el gol de Diego aturdió al Gavá, el de Borrel lo tumbó en la lona. El poco tiempo restante tampoco invitaba a grandes gestas, menos aún en un equipo desangelado por las circunstancias. El Gavá tenía un buen plan. Confiaba en repetir lo que hizo el Terrasa hace algunas jornadas frente al conjunto riojano. Pero lo cierto es que no encontró respuesta ante un golpe como el del primer gol. Y aunque lo hubiera, ni los jugadores lo hubieran recordado. Después de de unos primeros compases donde fue bastante superior en juego y ambición, incluida alguna ocasión reseñable. Hay que decir, en honor del conjunto catalán, que nunca se amilanó, ni siquiera cuando perdió la fé, pero ya se sabe: las calabazas aturden siempre en proporción directa al tiempo invertido en la seducción. Y aquelló acabó por condenarles.

Victoria, tres puntos y ronda de sidra para los blanquirrojos que, pese al triunfo, sigue siendo un equipo parecido al peinado de Pitingo: desordenado, revuelto y hasta un poco pegajoso.