lunes, 15 de febrero de 2010

'El Teatro de los sueños'




El estadio Old Trafford es conocido como el ‘Teatro de los sueños’. Las versiones sobre el porqué de este apelativo son dispares. Desde el argumento de que es allí donde únicamente se pueden lograr tus sueños en forma de remontadas históricas, fútbol de salón y títulos de renombre (me suena a horterada inglesa), hasta el que dice que es una forma de homenajear a los jugadores que perdieron la vida en aquel accidente aéreo en 1958, comandados por el gran capitán Ducan Edwards. Los historiadores del fútbol aseguran que ese equipo marcaría una época, que ni el Real Madrid de Di Stefano podría hacerles sombra (entre exageraciones anda hoy la cosa).




Yo no sé qué soñaran los ingleses, como no sé lo que sueñan los demás. Pero si sé que Las Gaunas era, y es, mi ‘Teatro de los sueños particular’. Desde que era un crio he soñado siempre aquí. Esta es mi casa, donde descubrí el fútbol, dónde comencé a emocionarme con este deporte del balón y veintidós tíos detrás de él. Es en este lugar donde empecé a sufrir y también donde conocí la felicidad más absoluta.




Este es el hogar de mi infancia y a él vuelvo siempre que puedo o debo. He de reconocer que cada vez que paso por este estadio, aunque no haya partido, no vaya a entrar o no se vea bien por la oscuridad de la noche, se me ilumina algo ahí dentro. He vivido muchos años fuera de Logroño y he conocido otros estadios, pero siempre que vuelvo a casa, ésta es visita obligada.




Bien es cierto que hubo traslado de ‘casa’, no es lo mismo, antes estábamos en la otra orilla de la avenida y ahora ese terreno lo ocupa un edificio horrendo de colores inhóspitos. Pasar por ahí y recordar lo que se vivió en aquel terreno hace que se revolucione el vello, pero al ver los ventanales de aquella edificación, todo se calma rápidamente. Como consuelo, nos queda el nombre de la calle: ‘Club Deportivo’, aunque le falta la última coletilla, la que en realidad engrandecería el nombre de la rua.




El sentimiento por este campo, o las vibraciones provocadas por el anterior, se acrecientan cuando estás fuera de la ciudad. Estés donde estés, siempre te entra esa morriña de volver a ‘casa’, aunque ni siquiera sea para ver al histórico. Algo tiene este edificio, excesivamente gris y frio por fuera e imponente por dentro. Qué será. En el nuevo tampoco es que hayamos vivido grandes gestas, acaso el día de la inauguración y algún que otro ascenso. Poco más. Pero la atracción queda ahí, algunos vuelven por volver, otros por ilusión, otros por ver fútbol, ni siquiera los últimos románticos que prometieron no regresar cuando se malogró el chuta han logrado no retornar, y si es así, pronto tardaran en caer.




Esto es Las Gaunas, un tesoro, algo que pertenece a tu infancia (traslados o no aparte) y que con el paso de los años y estés donde estés, te sentirás con ganas de volver. Ha sido cómplice de momentos esperpénticos: encierros, reuniones y demás, sus paredes lo saben todo, mucho más de lo que podamos imaginar.


Siempre tan callado, sólo se llenó una vez. Y no era por el Logroñés. No importa. Todos volverán.

lunes, 8 de febrero de 2010

Goles y bostezos


Foto fuente: Fernando Díaz.

El que se guíe por el resultado final caerá en el engaño. Las Gaunas no suele regalar tardes apacibles, ni deportiva ni climatológicamente hablando. El 3-0 pudiera hacer pensar que nadie se molestó, ni sufrió, ni se mordisqueó las uñas. Nada de eso. El Valencia-Mestalla saltó al campo con la alegría y el desparpajo que se presupone a los equipos filiales y hurgó con saña en las dudas que salpican al conjunto riojano. Sabían de su debilidad en casa y, por ello, plantearon un once inicial bien armado que contase con la 'chispa' de Rubén y Michel en la zona delantera, allí donde se marcan las diferencias. El primer susto llegó en el minuto 4, en un mano a mano de Rubén con el meta local Rubio, que finalmente logró desbaratar.

La Unión, sumida en reflexiones básicas ¿qué es el fútbol?, ¿qué concepto de juego poseemos?, ¿cuáles son nuestros objetivos más cercanos?, saltó al césped con la parsimonia y la desidia que acostumbra en los últimos encuentros y más desangelado si cabe por la baja de última hora de Gibanel por paternidad. Ante tal circunstancia, Visnijc buscó en la recámara y presentó un centro del campo poblado de riojanos y suplentes: Olavarrieta, Salazar y Gaspar. El movimiento se puede mirar tanto desde la ocurrencia como desde el riesgo. Lo cierto es que el trivote sólo hilvanó buenas jugadas después del descanso, ya que en la primera parte todo fueron titubeos y desconcierto que se reflejaban en pases fallidos y gestos inapropiados.

Cuando el pitido del árbitro indicó el descanso, unos se agolparon en la cola del bar para ahogar el suplicio en pacharán, mientras otros barajaron seriamente la opción de abandonar el estadio en busca de una partida de mus o, incluso, de un plan cultural. Pero, justo en el momento en el que se apuraba el cuarto de hora y las gradas volvían a poblarse, el respetable dejó de lado la apatía y explotó, pidiendo la dimisión del entrenador, del presidente, del director general y hasta del diseñador del escudo del club si hubiera pasado por allí. Se salvaron el utillero y unos pocos más.

Ante la bronca que tronaba afuera, el técnico serbio debió de improvisar un discurso a lo braveheart en los vestuarios para que los suyos cambiaran de actitud. Y vaya si surgió efecto. Ya en los primeros compases de la segunda parte,Salazar y Condensso empezaron a controlar y tocar en la medular mientras Cervelo se socializaba en zonas de ataque. Ariño se armó de intención y devoró su banda, de arriba abajo, atacando y volviendo a atacar. Sus acciones, en las últimas jornadas, nos hacen creer en la existencia de una ley de compensación y en los finales hollywoodienses con beso a tornillo.

El violento arreón local propició la llegada de los goles, todos casi seguidos y como a cámara rápida. EL primero lo anotó Salazar con más fe que calidad, el segundo fue muy similar, pero en este caso por obra y gracia de Olavarrieta, y el tercero se consumó tras un gran chut de Gaspar, con el que logró finalmente embriagar las sensaciones y confundir al personal.

Victoria importante, sí, pero engañosa, que da alas a un míster que festejó cada uno de los goles con desmesurado histrionismo, como si sólo la pócima de sus cambios fuera la clave para haberse adueñado de los tres puntos. Quizá le sobro eso. En estos casos es preferible restarse importancia, fingir normalidad. Si no, las críticas proseguirán.