martes, 22 de mayo de 2012

Al 'Tato' no se la dan con queso



Es domingo por la tarde. El estadio Mundial 82 de Logroño presenta un lleno absoluto. La Sociedad Deportiva Logroñés, el equipo de los récords del fútbol español, se prepara para disfrutar del merecido homenaje que le ofrece la última jornada de Liga ante el Haro. Sus números asustan. Tan sólo el todopoderoso Real Madrid los ha podido superar. Y todo gracias a Agustín el Tato Abadía, el sempiterno mito blanquirrojo que ahora dirige la nave de un modesto y joven club creado por algunos aficionados del ya desaparecido CD Logroñés.
Abadía es sinónimo de fútbol. El carismático entrenador se convirtió en leyenda tras sus cinco años como jugador del histórico Logroñés. Un rendimiento que le permitió dar el salto al Atlético de Madrid. Jugador de otra época, su poblado bigote y las medias bajas reflejaban a la perfección el fútbol más proletario. Bajo su batuta, los riojanos conquistaron la simpatía de los aficionados gracias a su juego alegre y guerrillero.
Su batalla ahora es otra. Tras claudicar en la orilla en los playoff del curso pasado, el preparador aragonés no quiere volver a fallar en su lucha por alcanzar la Segunda B. "Aquella eliminación fue, sin duda, el momento más amargo de su carrera", reconoce María Ángeles, mujer del Tato.
SIN DESCANSO
María Ángeles, que no ha soltado a Abadía desde que le conoció en el colegio a los 13 años, no recuerda haber visto tan apasionado a su marido como ahora. "Lo sigo desde que era niño y jugaba en el equipo del pueblo. Este reto lo debe conseguir sí o sí. Nadie lo merece tanto como él. Tiene que quitarse la espina del año pasado, que fue demasiado dura", explica la enérgica pareja del míster. Agustín y María Ángeles no sólo comparten sus vidas y su entusiasmo por el fútbol. También un pequeño negocio en el casco antiguo de la ciudad que responde al nombre de La Casa de los Quesos. "Este deporte está como está y por eso me animé junto a mi mujer a montar este establecimiento", apunta Abadía.
Hace dos años que el fútbol no llena toda su agenda. Ahora, además de planear estrategias y aleccionar a sus pupilos, Abadía tiene que clasificar los quesos, atender amablemente a los clientes y repasar minuciosamente las cuentas de los pedidos. Una profesión en la que ha adquirido tablas con el paso de los meses. Parco en sus palabras, el de Binéfar no recorta amabilidades a la hora de atender a los compradores. No hay detalle que se le escape. Conoce todos los tipos de quesos, su origen, textura y sabor: "La idea es ir ampliando el negocio. También vendemos vinos y hemos puesto una pequeña barra para que la gente haga sus propias degustaciones. Lo prueban y, si les convence, se lo llevan para casa".

Lo que más le incordia de su nueva aventura son los horarios. "Abrimos a las 9 y aquí estoy hasta que toca ir a entrenar", cuenta el Tato, que 12 horas después se enfunda el chándal para ejercer de entrenador. "Para mí es demasiado tarde. No es lo idóneo terminar a las once de la noche. Resulta complicado pedir la máxima exigencia a jugadores que llegan cansados después de una ardua jornada de trabajo", dice resignado. Consecuencias de competir en el infrafútbol de la Tercera.
Incisivo y testarudo sobre el césped, Abadía se ha vuelto emprendedor, envalentonado por la pasión quesera de su mujer. Y también por el miedo a la crisis. Pero su futuro sigue jugando a la pelota. "Merece una de esas oportunidades que tanto desaprovechan otros. Deberían mirar sus números", asegura María Ángeles. Su carácter insaciable le hace anhelar cotas más altas dentro del deporte rey. Por eso no deja relajarse a sus futbolistas, que han completado una de las mejores temporadas de la historia de nuestro fútbol. "Contra el Haro toca disfrutar del pasillo, pero debemos vencer para llegar motivados a las eliminatorias", explica un Abadía al que todos califican de pesimista, aunque él prefiere definirse como "realista".
Su método incluye algunas excentricidades. "Sólo hablo 10 minutos a mis jugadores, no soy de grandes discursos. Después salgo a pasear por el campo y les dejo que sean ellos mismos los que se vayan metiendo en el partido conversando en el vestuario".


Pocas palabras
Para él, el verdadero trabajo es el que se ha desarrollado a lo largo de la semana. Los instantes previos al choque le sirven para recordar conceptos y estrategias. "Soy alguien que desprende mucha energía, pero reconozco que no tengo el don de la palabra cuando me toca motivar a los míos ante equipos pequeños". "Habla poco y nunca te mira a los ojos", cuenta Omar, uno de los futbolistas que mejor le conoce. Pese a todo, sus jugadores se dejan contagiar por el brillo intenso que destila su mirada cuando les dirige sobre el campo.

Mientras sus futbolistas, en calidad de campeones, atraviesan el pasillo dibujado por su rival, Abadía yace en el banquillo con porte marcial. Un café le calienta las manos y le multiplica las energías. "No es de los que chilla, aunque siempre deja todo muy clarito", cuentan en la caseta.
Metódico hasta el último detalle, la leyenda blanquirroja abandona cabizbaja el campo después de que los suyos hayan recibido la segunda derrota de la temporada (2-5). Ni una palabra. Los errores cometidos le perturban la cabeza. Igual que los balances de la quesería. El balompié, como los negocios, vive momentos difíciles. Pese a todo, el fútbol continúa siendo lo único que le permite soñar de verdad.

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Reportaje publicado en Diario MARCA y MARCA.com.

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